Leo en el último número del
ABCD las artes y las letras una encendida defensa de la meditación a cargo de Andrés Ibáñez. El
artículo, escrito a raíz de la publicación del libro de David Lynch
Atrapa el pez dorado (Mondadori), nos propone que la meditación -que suele provocar entre los medios de comunicación una paternal risita- será
lo siguiente. Una nueva forma de conocimiento de la naturaleza humana.
El libro de Lynch, cuyo título original es
Catching the Big Fish, narra su experiencia después de dedicarse a la meditación durante más de tres décadas. Cuenta además los beneficios que esa práctica le ha reportado en su creación artística y cómo la aprovecha en su faceta creadora, ya sea en el cine, la televisión o el diseño.
Tanto en el artículo como en el libro asoma de manera más o menos explícita la idea de que la meditación es una práctica que, a pesar de ser milenaria, no es nada común. Igualmente, se soslaya la praxis cristiana de la misma, como si no existiera una tradición de meditación occidental y cristiana o fuese exclusiva de los monjes y eremitas.
Muy acertada me parece, en cambio, la metáfora de Lynch: sólo buceando en nuestro interior podremos capturar (o pescar) ese pez de las ideas.