martes, 25 de diciembre de 2007

El hábito hace al monje

Acabo de llegar de la Misa del Gallo, propiamente una misa de vigilia (aunque en muchas parroquias se está dando a las nueve de la noche, supongo que por motivos de seguridad). El ambiente era familiar y, cosa rara en una parroquia de barrio, se respiraba un cierto aire de distinción.
Antes de la celebración, una vecina a la que acompañaba me enseñó las distintas dependencias de la iglesia. En un lateral accedimos a la sacristía, donde también se veneraba al Santísimo. Después de presentarme al párroco diocesano, me llevó a otro lugar de la iglesia donde conocí a cuatro señores de pelo cano que, por ir con sotanas blancas, confundí con miembros de alguna congregación que habían venido a oficiar la misa. En realidad, se trataba de un grupo de seglares del barrio que colaboran habitualmente en los oficios eucarísticos.
He llegado a pensar que en este caso concreto el hábito sí hacía al monje, pues vestidos con la sotana no dejaban entrever ningún elemento discordante. Todo encajaba: los gestos, la manera de andar, de moverse... Incluso cuando, acabada la misa, los volví a ver con ropa de calle, mi asombro no disminuyó al comprobar que todavía conservaban el mismo aspecto de cura.

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