sábado, 26 de enero de 2008

El diario de la felicidad

Quizá el nombre de Nicolae Steinhardt les diga muy poco a los lectores españoles. No es extraño, pues ni en su propio país fue muy conocido mientras vivió. Sólo dos años después de su muerte, ocurrida en 1989, llegó a ser conocido en Rumanía gracias a la publicación de El diario de la felicidad.
Este judío agnóstico -coetáneo de Eliade, Ionesco y Cioran- nació en Bucarest en 1912. Después de algunos intentos infructuosos por acercarse al judaísmo y de sufrir todas las humillaciones a las que fue sometida su comunidad por los nazis, su carrera literaria y su trabajo de abogado se vieron truncados por la censura del gobierno comunista, que en 1959 llegó a condenarlo a doce años de trabajos forzados por participar en unas reuniones literarias en las que se debatía sobre literatura y filosofía.
La experiencia de la cárcel fue de una importancia capital, como no podía ser de otra manera. Allí, en la cárcel de Jilava, se convirtió a la fe ortodoxa y fue bautizado por un monje en presencia de dos sacerdotes greco-católicos. Allí, donde él mismo se veía como un viejo fracasado, conocerá la tortura, el sufrimiento, el dolor, la traición, todo lo que de mezquino hay en la condición humana. De allí, sin embargo, salió regenerado: nació a la fe.
Liberado en 1964 gracias a una amnistía, y después de varios intentos fallidos de rehacer su vida, quiso hacerse monje. No lo logrará hasta cumplir lo sesenta y ocho años, en 1980. El lugar: el monasterio ortodoxo de Rohia, en Transilvania, donde moriría en 1989, poco antes de la caída del muro de Berlín.
El Diario, que publicó Ediciones Sígueme a finales del año pasado, fue terminado por Steinhardt en 1972. El libro es un documento estremecedor de las atrocidades sufridas y vividas por el autor en una sociedad comunista que anula toda libertad individual. El autor expone en la narración tanto sus reflexiones sobre la historia moderna de Rumanía, como el proceso de tranformación interior que le conduce a abrazar el cristianismo. El resultado es una escritura autobiográfica que afirma el valor del individuo en medio de la barbarie:

"En la pequeña celda de Zarca, solo, me arrodillo y hago balance. Entré en la cárcel ciego y salgo con los ojos abiertos; entré mimado y caprichoso, y salgo curado de ínfulas, aires de grandeza y caprichos; entré insatisfecho y salgo conociendo la felicidad; entré nervioso, irascible, sensible a las minucias y salgo indiferente; el sol y la vida me decían poco, ahora sé saborear un trozo de pan, por pequeño que sea; salgo admirando por encima de todo el valor, la dignidad, el honor, el heroísmo; salgo reconciliado: con aquellos a los que he hecho mal, con los amigos y los enemigos, incluso conmigo mismo".

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