viernes, 8 de febrero de 2008

Ars amatoria

Que el amor nace de la contemplación del objeto amado parece una afirmación aceptada por casi todos. La teoría neoplatónica también avalaba tal aserto, toda vez que sostenía que la visión de la amada desencadenaba el efecto del amor.
Junto a este nacimiento del amor fruto de la visión se consideraba también -en una época en que la Fama era otra forma de conocimiento- el amor de oídas, sin haber contemplado nunca a quien se ama. A pesar de todo, no era el origen más común de la pasión amorosa, y el propio Ibn Hazm de Córdoba, en El collar de la paloma, lo consideraba raro.
Jaufré Rudel cantó en unos pocos poemas a una amada nunca vista, sólo conocida a través de las noticias que de ella le daban los peregrinos que venían desde Antioquía. Si creemos la vida de este trovador, esa dama no era sino la condesa de Trípoli. Que esto sea cierto o no, me interesa poco. Lo importante en literatura es el resultado poético que el tópico origina -pues se trata de un lugar común con numerosos antecedentes (romance de Rosaflorida, Ovidio, Guillermo de Poitiers...).
Lo que me interesa señalar es la rara belleza que he vuelto a descubrir en la relectura de la media docena de canciones que se han conservado de Rudel. Su poesía, de expresión llana (trobar leu) sabe como pocas evocar el misterio. Aquí radica uno de sus atractivos: nadie como Rudel supo cantar el amor de lonh sublimando la nostalgia hasta el extremo de transformar esa ausencia de la amada en un refugio religioso, casi místico.

3 comentarios:

Enrique Baltanás dijo...

Vaya, Rafael, no sabía que tuvieses un blog. Me alegro. Y lo seguiré.
Saludos.

Rafael G. Organvídez dijo...

Nadie es perfecto. Por cierto, te leo a diario.
Un saludo

Mery dijo...

Qué erudición mas impresionante. Sobre el tema amoroso siempre acabo releyendo La Educación Sentimental, de Julián Marías y Estudios sobre el Amor, de Ortega. DIcho queda por si acaso.
Un saludo desde Madrid.
Mery